Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Lamentaciones 3:23
A veces nos empeñamos en realizar una tarea o resolver un problema nosotros solos, cuando sería mucho más fácil pedir ayuda. Pero porque a los hombres particularmente nos cuesta tanto? Será por:
Orgullo.
Soberbia.
No admitir la existencia de un problema.
Vergüenza.
Mostrar debilidad.
La posibilidad de que se nos niegue esta ayuda.
El miedo a ser juzgados por los demás.
Hoy en la mañana mientras me bañaba observé un pequeño insecto atrapado en esas mallitas que venden en Le Petit Monde para lavar el cuerpo.
Me quedé observando, abrí los pliegues y el insecto saltó y voló. Ocupaba ayuda - era más que evidente – Pero cerca de él no habían sus congéneres para ayudarle. Puede que alguna vez identifiquemos o intuyamos este tipo de situaciones?
Puede que algunas veces uno como hombre cree poder “jugársela como un vikingo” de la forma en que se nos enseñó.
Para los hombres es muy difícil decir 'necesito ayuda'. Se supone que somos “fuertes". Queremos para nosotros en exclusiva el mérito de resolver un problema y no estamos dispuestos a compartirlo con nadie.
Muchas veces la persona que más “fuerte” se proyecta, es la que requiere mayor observancia de índole simple y meramente humana y terrestre.
En muy pocas oportunidades se crea un espacio en el que los hombres nos sintamos cómodos para hablar de nuestros problemas, de las presiones y miedos a las que nos enfrentamos. Esto nos hace más vulnerables.
Es ese miedo a ser rechazado, a experimentar la sensación de que no somos lo suficientemente buenos para que alguien nos dedique su tiempo.
Esa ansiedad metafísica a veces irracional sino se maneja nos puede aislar, Cuando te asilas, te desconectas, y creo que la forma en que llevamos nuestras vidas -y los hombres en particular- hace que nos desconectemos de los otros seres humanos. Y así empezamos a naufragar por debajini. Disculpándome el francés, llevándonos entre las patas, seres queridos, trabajo, y el entorno.
Hoy les pido, hablemos y escuchémonos. Con respeto, con tolerancia. Lo mejor de la vida no atiende a planes o programaciones. La mayoría de las veces basta con dejarnos llevar, con permitir que las cosas sucedan por sí mismas, con la sutileza de la casualidad, con la apertura de quien es humilde y no espera nada, pero en verdad… lo sueña todo.
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