viernes, 7 de noviembre de 2014

Una dama


Cuando era niño el amor no era muy distinto a lo que es ahora. ser niño se limitaba a no ser grande y en mi caso a ser razonablemente feliz.
Estaba enamorado de mi mamá y mi amor tenía medida: la quería hasta el cielo. Alentado por esa primera experiencia  de amor correspondido decidí trasladar mi afecto a otras mujeres al alcance de mis posibilidades (mamá estaba casada, debo decirlo). Me enamoré (enamorarme era ya en mi la única vocación sólida) de otra pasión imposible.
Una vez más, la diferencia de edades significó un amargo traspié: ella era una mujer de cuarto grado y yo esta en el Kinder y solo tenía cinco (Siempre he sentido una debilidad por las mujeres mayores, siempre: debo confesarlo sin ambivalencias, sin tapujos, me gustan todas, me gustan todas, todas las mujeres, ojalá llegue rápido el 2025 y cuando lleguemos a Marte encontremos bellas exponentes de la belleza Marciana y así no solo me gusten todas las terricolas)
Pero volvamos, si las paredes de aquella aula del Kinder hablarán, darian cuenta de mi tímidez, de mi mudez, de mi vertigo, del escandalo de mi corazón cuando la bella ausente subía los escalones de la escuela y yo me tapaba el clamor de mi pecho con un cantimplora azul  de Topogiggio llena de leche pinito.
Entiendan por favor! No pude en semejantes condiciones intimar tanto como para averiguar su nombre Si bien entonces yo tenia cinco ella tendrá ahora cerca de los cincuenta.
Con el paso del tiempo, ya de mayor me enamore de nuevo. Cursaba el tercer grado y había adquirido el aplomo y madurez que solo dan los 9 años. Temeridad. Ella era la encarnación de la belleza, tan solo superada por su hermana que estaba en el colegio. La corteje. Le compre chicles, marcianitos, galletas milan, tapitas guayabitas. Terminé de copiarle de la pizarra sus textos inconclusos en su cuaderno, la niña Rosario nos regaño, la clase se burlo.
Como resulta evidente treinta años después un hombre aún corteja, regala flores, invita a cenar, y regala tapitas y milanes. Sigue siendo admisible.
Una tarde le lleve una muñeca de zapatitos rojos -era horrible- pero fue la única que le pude robar a mi prima. se la regale porque si, se la regale porque así se es de niño, y la excusa era muy buena y el amor se tenga la edad que se tenga en el amor todo se vale.
Se burlaron de ella con una crueldad sin traumas: la cubrí de ridículo. Ella suspiro desde el fondo mismo de la bondad y en vez de hundirme en el fondo de su desprecio dijo resignada: "Esta bién, muchas gracias". Quiero pensar que me dio un beso, pero no fue así..
Será por eso que no la olvido, ni mi amor sin recato, ni que a los nueve años bastan para ser una verdadera dama. Una dama, cosa que algunas mujeres de hoy en día lamentablemente no aprendieron.

Me pregunto si alguien la querrá hasta la extratosfera, o si recoge, como tantas los pedazos de un cielo reventado de desamor. Si la devoción que le profesé en silencio la protegió de todo mal, a mi entre tanto me protege aun de la nostalgia. A los 44 años las cosas no han cambiado mucho.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario