Cuando era niño el
amor no era muy distinto a lo que es ahora. ser niño se limitaba a no ser
grande y en mi caso a ser razonablemente feliz.
Estaba enamorado de
mi mamá y mi amor tenía medida: la quería hasta el cielo. Alentado por esa
primera experiencia de amor
correspondido decidí trasladar mi afecto a otras mujeres al alcance de mis
posibilidades (mamá estaba casada, debo decirlo). Me enamoré (enamorarme era ya
en mi la única vocación sólida) de otra pasión imposible.
Una vez más, la
diferencia de edades significó un amargo traspié: ella era una mujer de cuarto
grado y yo esta en el Kinder y solo tenía cinco (Siempre he sentido una
debilidad por las mujeres mayores, siempre: debo confesarlo sin ambivalencias,
sin tapujos, me gustan todas, me gustan todas, todas las mujeres, ojalá llegue
rápido el 2025 y cuando lleguemos a Marte encontremos bellas exponentes de la
belleza Marciana y así no solo me gusten todas las terricolas)
Pero volvamos, si
las paredes de aquella aula del Kinder hablarán, darian cuenta de mi tímidez, de
mi mudez, de mi vertigo, del escandalo de mi corazón cuando la bella ausente
subía los escalones de la escuela y yo me tapaba el clamor de mi pecho con un
cantimplora azul de Topogiggio llena de
leche pinito.
Entiendan por
favor! No pude en semejantes condiciones intimar tanto como para averiguar su
nombre Si bien entonces yo tenia cinco ella tendrá ahora cerca de los cincuenta.
Con el paso del
tiempo, ya de mayor me enamore de nuevo. Cursaba el tercer grado y había
adquirido el aplomo y madurez que solo dan los 9 años. Temeridad. Ella era la
encarnación de la belleza, tan solo superada por su hermana que estaba en el
colegio. La corteje. Le compre chicles, marcianitos, galletas milan, tapitas
guayabitas. Terminé de copiarle de la pizarra sus textos inconclusos en su
cuaderno, la niña Rosario nos regaño, la clase se burlo.
Como resulta
evidente treinta años después un hombre aún corteja, regala flores, invita a
cenar, y regala tapitas y milanes. Sigue siendo admisible.
Una tarde le lleve
una muñeca de zapatitos rojos -era horrible- pero fue la única que le pude
robar a mi prima. se la regale porque si, se la regale porque así se es de
niño, y la excusa era muy buena y el amor se tenga la edad que se tenga en el
amor todo se vale.
Se burlaron de ella
con una crueldad sin traumas: la cubrí de ridículo. Ella suspiro desde el fondo
mismo de la bondad y en vez de hundirme en el fondo de su desprecio dijo
resignada: "Esta bién, muchas gracias". Quiero pensar que me dio un
beso, pero no fue así..
Será por eso que no
la olvido, ni mi amor sin recato, ni que a los nueve años bastan para ser una
verdadera dama. Una dama, cosa que algunas mujeres de hoy en día
lamentablemente no aprendieron.
Me pregunto si
alguien la querrá hasta la extratosfera, o si recoge, como tantas los pedazos
de un cielo reventado de desamor. Si la devoción que le profesé en silencio la
protegió de todo mal, a mi entre tanto me protege aun de la nostalgia. A los 44 años las cosas no han cambiado mucho.
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